Un sonido es, sin duda, algo vivo. Es como la naturaleza, que no tiene individualidad. Igual que las transformaciones de viento y agua son complejas, un sonido se hace rico o incluso pobre. Eso depende de cómo nuestras sensibilidades acepten el sonido. Nosotros los compositores no deberíamos asumir una actitud arrogante frente al sonido, porque escribimos música en colaboración con sonidos. Lo que importa es cómo podemos hacer realmente natural el acto artificial de escribir música.
(Toru Takemitsu)
(Toru Takemitsu)
Ran (1985), cuya banda sonora es de Toru Takemitsu, nuevamente la imagen, el escenario y los personajes tienen todo el protagonismo. Me encuentro contemplando vastas montañas verdes, en pleno siglo XVI en el cual reinan y luchan entre ellas grandes familias samuráis. Ante semejante escenario vuelvo a abstraerme de la presencia de la música.
La imagen y el sonido lo son todo, aunque pareciera que de pronto se hizo el silencio. ¿O quizás es la misma música la que nos mete en el ambiente de la película? Lo mismo sucede con la obra de Toru Takemitsu. Es como si hubiera un pacto entre la historia y la música que acompaña a dicha historia, un pacto de respeto hacia el sonido que viene directamente del ambiente natural, los diálogos entre los personajes y el ritmo que los acontecimientos proponen, para que el resultado sea una perfecta armonía entre imagen y sonido. Takemitsu maneja conceptos que le serán determinantes a lo largo de su carrera como compositor. La idea de nuevos colores sonoros, obteniendo nuevos sonidos extraídos de las películas y que entren a formar parte de ella. Así también en su imaginería musical forman parte importante la pintura, sus mismos sueños y su visión tradicional del jardín japonés.
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